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Cómo evitar que los niños se conviertan en adictos a las pantallas

Engánchate y vuélvete a enganchar, que los enganchaditos menos móviles van a usar 

De las pantallas y de los móviles muchas cosas podríamos hablar, pero eso lo dejaré para otro post, para más adelante. Cierto es que estamos frente a una de las enfermedades más silentes y agresivas de los últimos tiempos. Casi sin darnos cuenta, el mundo de las pantallas ha absorbido a nuestros niños y, tenemos que reconocerlo también, a nosotros mismos, los adultos.  Si te fijas bien, a veces parece que el móvil sea una parte más de la anatomía humana.

En los niños, la estimulación cerebral que produce divertirse a través de las pantallas es tal que parece que todo lo demás es aburrido y sólo quieren seguir jugando y jugando con sus móviles, tabletas, etc.

Muchos niños ya salen poco a la calle, les da poco el sol (cada vez tenemos más déficits de vitamina D), tienen poco contacto con la naturaleza y casi han abandonado los juegos acordes a su edad que, además, son los que les ayudan a estimular sus cerebritos.

Por todo ello, es muy importante que nos volvamos a enganchar y reenganchar a todo aquello que nos hace bien como personas. ¿Cuánto tiempo hace que no nos tiramos al suelo a jugar con ellos? Tenemos que volver a hacerles contactar con la naturaleza, con el suelo, con la tierra, con el Sol. En cuanto pisan una montaña parece que pueden “conectar” con algo que les hace felices.

Engancharnos a jugar con la lluvia, y cuando moje el suelo, con el barro. Y como dice Manolo García, “Hago pájaros de barro y los echo a volar”. Tienen que hacer volar su imaginación, su mundo mágico, y nosotros acompañarlos en ese vuelo.

Las pantallas pueden provocar que ese barro se seque y se convierta en su pequeña prisión para que no imaginen, para que no inventen, para que sigan inmersos en un mundo paralelo.

¿Hace cuánto que no cantas con ellos? ¿Y saltar, bailar, aburrirse, mirar al cielo y jugar con las nubes? ¡Tenemos que pasar más tiempo juntos!

También con los niños más grandes, más rato para hablar sin adoctrinar, sólo escuchando y comprendiendo cómo viven.

No puede pasar ni un sólo día en la vida de un niño sin que reciban el abrazo de sus padres. ¿Lo hacemos todos los días? Es ese abrazo mágico que nos une y que si lo pensásemos bien deberíamos considerarlo como un regalo único y reconfortante que nos hacemos a nosotros mismos. ¿Te lo vas a perder?

 

Engánchate y vuélvete a enganchar, que los enganchaditos una sonrisa siempre tendrán.